8 febrero del 2011.
Ayer
en la noche, como desde hacía muchos años no me pasaba, estuve
dándole vueltas al asunto del “sobrepeso” (entre comillas, sí).
Aunque estoy bien consciente de que soy una mujer delgada, mi exceso
adiposo me causa un conflicto que está acrecentándose. Ayer,
además, estuve leyendo horas Los detectives salvajes,
y casualmente (o causalmente, problema no resuelto aún), me topé
con un capítulo exquisito (como todo el libro) compuesto por el
monólogo de una tal Edith Oster, que narra su experiencia con Arturo
Belano, uno de los “líderes” real visceralistas. Edith es una
clasemediera e intelectual, que se la pasa leyendo en diferentes
idiomas y viajando. Se encontró con Arturo en España, y aunque
estaba viviendo con un tal Abraham (personaje gris), ella decidió
dejarlo e irse a vivir, precariamente, con Arturo. Se la pasaban
haciendo el amor todo el día, y ella le contó todos sus fantasmas,
le contó acerca de su familia y del problema que en su adolescencia
significó el sobrepeso. Edith era anoréxica, y llegó a pesar menos
de cuarenta kilos, pero esa cuestión es un conflicto secundario en
su vida, al que suele hacer referencia como un asunto más bien ajeno
a ella misma, porque lo que narra en sí no es su peso, o su
anorexia, sino la preocupación de su madre cuando pesaba poco, y su
felicidad cuando no subía ni bajaba. Y así va trazando su memoria
como un recorrido gris, al narrar su pasado como una sucesión de
episodios decadentes, en los que no se vislumbra una emoción más
allá que la indiferencia.
Es fascinante. El texto es complejo, la lectura es fluida, es
riquísimo y exquisitísimo con referencias en francés y en latín.
Está lleno de alusiones literarias y poéticas, pero el mundo
intelectual y “editorial” no es más que el escenario de una
realidad que se antoja decadente, en donde se hace gala del olvido
cuando se tratan de atar los cabos de un tiempo ido y esbozado sólo
a través de fragmentos que dan la impresión de estar desfasados e
inconexos, en donde ni siquiera el tiempo da un suelo firme qué
pisar, porque aunque la narración transcurre con fechas y lugares
claros (regla básica de un detective: quién lo dijo, dónde y
cuándo), en realidad se habla de un tiempo indefinido, siempre.
Y
estoy fascinada, simplemente fascinada con Los detectives,
y fascinada con mi presente a partir de que no doy clases. Y me
siento fascinada con una realidad muy positiva, llena de carencias
pero que no me causan ningún conflicto, y más bien por el
contrario, esta precariedad me hace sentir una alegría
inconmensurable cuando logro gastar menos de 30 pesos al día. No
necesito más, en realidad. Con una bicicleta, con Internet gratis si
voy a la biblioteca, con una caja de cereal en mi cuarto y una
cuchara de plástico para comerlo, con la posibilidad de
transportarme en bicicleta a todas partes, con unos padres que me
alimentan, con una botella de plástico que puedo llenar en un
bebedero gratuito, con un cúmulo de libros metidos en cajas, con la
posibilidad de ver hacia adelante. Y leyendo, leyendo.
Y quiero leer más, más, aunque no pueda comprar libros.
Ayer, después de ver la película “Baaría” de Giussepe
Tornatore (añadamos que Monica Belucci sale en la película. Esa
mujer es una oda al esqueleto, y es preciosa), no podía dejar de
pensar en el sobrepeso, no podía dejar de machacarme la cabeza con
el hecho de que peso más de 55 kilos, de que no me quedó el
pantalón que me había puesto hacía apenas unas semanas o en que mi
trasero está demasiado crecido... Y ya, simplemente es una
cuestión estética y burda, lo sé muy bien, y eso no me hace
víctima de mi estupidez. Por eso me fascinó leer a Edith (saliendo
de la mente de Bolaño). Ella es una mujer brillante, es lúcida, es
inteligente, es depresiva, no encuentra sentido, y su anorexia no es
el centro de su vida, por el contrario, es una cuestión secundaria
que adereza con más decadencia su desesperanza.
Y sé que pensar estas cosas del sobrepeso no me hacen menos
inteligente. Aunque sí van en contra del discurso feminista, están
más allá de la racionalidad y tienen que ver con instinto, con
pulsiones animadas por el capitalismo y reforzadas con la idea
maltrecha de una perfección moldeada a partir de puros referentes
insanos. Y las mujeres en medio de estos ideales soñando con la
delgadez que no necesariamente esconde una intención tipo top model,
sino que tiene que ver, quizá, con una manifestación más de la
decadencia de un presente en donde abunda la comida aderezada con
insatisfacción.
No me he pesado. Ni lo voy a hacer.