miércoles, 22 de agosto de 2012

Lo escribí el mes pasado y me lo acabo de encontrar por accidente.

Hace ya 1 año con 9 meses que vivo fuera de la casa de mis padres. En realidad es poco tiempo, si a la distancia pienso que representa un porcentaje pequeño de mi vida, y también que a partir de que atravesé la adolescencia -digamos a partir de los 18 años- mi noción del tiempo se ha modificado bastante, y el paso del tiempo me parece cada vez más rápido. Sin darme cuenta y, supongo, por el hecho de que ya he experimentado muchos minutos en mi vida, éstos cada vez se me hacen más triviales, y los días, las semanas, los meses y los años se me escapan como el agua. Por eso digo que es relativamente poco tiempo el que he experimentado fuera de casa, sola, yendo de aquí para allá física y mentalmente sin un sustento más allá de mi misma. Y ha sido muy complicado, sí, porque más allá de no tener asegurado ningún sustento externo (o sea, más allá del que yo misma pueda conseguir), la sensación de la mentada “soledad” a veces pesa bastante. O sea, sé que puedo en cualquier momento tener una compañía física, simplemente llamando a amigos, a mis propios padres y acariciando a mi perro; sin embargo, sé que volveré siempre a la estadía en mi cuarto, sola, sin ninguna presión más que la que yo misma me imponga y eso a veces pesa, porque si me muevo a la derecha no hay una afectación o consecuencia más allá de que yo misma sepa que me moví a la derecha, es decir, nadie más me verá moverme a la izquierda, o regresar a la izquierda, o revolcarme en círculos en el piso o loquesea.
No es problema, porque a fin de cuentas se acumularán mis movimientos y un día alguien quizá reconocerá que no me quedé estática. Pero a veces me gustaría que alguien me viera en el proceso, tocara mi hombro y reconociera que me está costando mucho trabajo.