martes, 5 de julio de 2011

Porno mexicano de hace 90 años

La RAE define a la pornografía como el “carácter obsceno de obras literarias o artísticas”, y como suele suceder, el significado “oficial” se queda corto ante los usos que los hablantes, quienes hacemos la lengua, le damos a las palabras. Cuando yo escucho la palabra pornografía, antes de pensar en la “obscenidad” (término por demás subjetivo, que depende de los cánones morales de sociedades e individuos) me vienen a la mente imágenes de genitalización, que hacen totalmente explícita una práctica por demás común y saludable: el sexo. Pero el sexo (aquí se sonrojan las buenas conciencias), lleno de tabúes y secretos, aunque nos hace a todos felices aumentando nuestro nivel de endorfinas, es una práctica que se mantiene en los espacios privados. Aceptamos que cualquiera puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana, siempre y cuando sea en la comodidad de su hogar, hotel o baño de avión, porque de no ser así, se violentaría la “moral pública” sea lo que sea que eso signifique.

Por eso la pornografía es una síntesis de aquello que nos niega la civilización: la de dilucidar lo que se mantiene en secreto; y lo hace de manera explícita con zooms que casi casi rebasan la biología, llevándonos al interior mismo de los cuerpos.

Y en esa práctica vouyerista extrema se aloja la transgresión, la animalización y el instinto salvaje que se asoma gracias a la tecnología. Ahora existe la pornografía al alcance de cualquiera, como un objeto de consumo muy lucrativo que está a la mano con un simple click, gracias a la red y a las maravillas tecnológicas del HD en forma digital. Es más, creo que ahora la pornografía es tan común, que hasta aburre (bueno, supongo que para los púberes es un mundo mágico que podrían consumir hasta el hartazgo). Pero la pornografía, como el reflejo de un instinto primario y relegado a lo privado, es tan elemental que apenas aparecieron formas de grabar las imágenes comenzaron a hacerse escenas de sexo explícito.

Pues tuve la oportunidad de ver pornografía mexicana de los años veinte, y aunque ver tanto mete-saca me pareció aburridísimo, fue interesante ver que aunque el discurso oficial de la época era totalmente recatado y moralino, en especial respecto a lo que se transmitía por el cinematógrafo, había quienes estaban dispuestos a financiar películas totalmente transgresoras de ese discurso. Por ejemplo, historias hilarantes de mujeres que antes de casarse cogen con el sacerdote, o de un fraile llamado “Fray Vergazo”, que obligaba su monaguillo Ventosilla a jalársela mientras dormía y soñaba que cogía con una beata.

Obviamente ese tipo de películas no podían ser transmitidas públicamente. En los años veinte las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas estaban muy preocupadas por resguardar a la población de la “inmoralidad” de las películas extranjeras, en donde bailaban fox.-trott, se besaban y usaban faldas que mostraban la pantorrilla (escándalo!). Así que el encargado del Departamento de Cultura de la Cuidad de México, el músico Miguel Lerdo de Tejada, emitió en 1921 una Ley para regular y censurar cualquier inmoralidad en el cinematógrafo. Incluso ordenó que se pusieran luces verdes en las salas, con tal de que no se hicieran actos pecaminosos en la penumbra. Así que esa pornografía era hecha ex profeso para transmitirse en lugares especiales donde, seguramente, se exacerbaba la inmoralidad y todos los asistentes se olvidaban del pecado y de la voz de su conciencia católica.

Me pregunto, 90 años después, qué pensarían aquellos concupiscentes seres humanos si supieran que esas mismas películas “obscenas” fueron transmitidas en la Cineteca Nacional, máximo recinto del cine de arte del D.F. con todo y pianito en vivo, muy esnob la onda. Y peor aún, qué pensarían si se asomaran por cualquier puesto de revistas actual, atiborrado de porno, o le echaran un ojo a la extensísima variedad que ofrece Youporn.

La transgresión, yo digo, ha estado siempre a la orden del día, y el discurso público se muestra falaz ante una moral escondida, pero bastante open mind, aún hace 90 años.

Fray Vergazo.

sábado, 2 de julio de 2011

Moraleja

Los perros suelen dar varias vueltas antes de acostarse porque ponen en duda, incluso, el piso en el que están parados. A veces también rascan la superficie para sentir si existe o no lo que miran.
Si lo pensamos bien, se trata de una actitud muy precautoria e inteligente, porque el acto de dormir implica desvanecerse y "dejarse ir" a un lugar inmanente, abandonando por completo el cuerpo. Y los perros saben muy bien que todo el tiempo que duermen, su corporeidad corre peligro. Entonces, deben estar completamente seguros de que el suelo no los dejará caer hacia la nada, sino que los sostendrá sólidamente, al menos mientras pasean por sueños fuera de la realidad.
Los seres humanos deberíamos seguir su ejemplo, y asegurarnos continuamente de que la realidad es lo que los sentidos nos indican, corroborando con nuestras uñas, si es necesario, que lo que miramos u olemos está ahí y no se desvanecerá en cualquier momento.