martes, 6 de diciembre de 2011

Memoria

Jacob Burckhardt, historiador suizo especialista en el renacimiento florentino, decía que la Historia es el mejor escape del presente, de un presente desalentador y convulso. Yo estoy de acuerdo con el, aunque también pienso que recopilar memoria, sí, recopilar memoria es precisamente lo que dota al presente de algún sentido.

Más allá del oficio de la Historia, de mi oficio, yo quiero esforzarme por traer los bolsillos llenos de mi propia memoria, de experiencias que le den un sentido a las formas que veo, a los ruidos o la música que escucho y a las texturas que rozan mi piel.

Quiero recordar perfectamente las comisuras de la piel, la textura de la voz y los movimientos característicos de quienes están… y de quienes se van.

Y no olvidar jamás a quienes ya se fueron.

Tío Andrés, voy a acordarme incluso de las cosas que no conocí de ti porque tengo infinidad de relatos tuyos, de cuando tú eras joven y yo no había nacido. Casi puedo verte cantando en una banda, escalando una montaña y enseñándole a mi papá a reír.

Te prometo que siempre voy a recordar a tu gato siamés, a tu perico que sólo sabía decir “puto” y al columpio que coronaba aquél jardín grande y verde. Voy a guardar bien la imagen de la cena de Navidad, cuando colgabas del perchero a tu hijo más pequeño, al que nombraste igual que mi papá. Va a permanecer siempre tu sonrisa gigante, maquillado del guasón haciendo reír a toda la familia.

Y en especial te recordaré recibiéndome en tu casa en mis días de juventud descarriada, cuando con sorpresa ví que una foto de tus sobrinos, incluyéndome a mí, adornaba tu sala.

Tío, me da tristeza saber que algo en tu vida no iba bien, que nos extrañabas mucho a todos, que querías estar más cerca y que no pude ir a tu funeral.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Bolígrafo


La semana pasada me encontré un bolígrafo. Fue un hallazgo sumamente afortunado porque apareció en mi vista repentinamente, en una tarde calurosa mientras me dirigía a la biblioteca sin ningún instrumento con el cual escribir. Por eso fue un golpe de suerte verlo ahí, tirado en el piso y abandonado a su suerte.

Al principio temí recogerlo, porque creí que probablemente su dueñ@ inicial podría estar cerca, verme levantarlo del piso, y reclamarme violentamente mi pretensión de robo flagrante. Pero en tres segundos tomé la valiente decisión de olvidarme de ese temor, y logré la hazaña de rescatar la vida en riesgo de aquel solitario bolígrafo, que podría ser aplastado por algún distraído caminante desinteresado por las letras que éste resguardaba en su tubo interior.

Deben ustedes saber que todo bolígrafo tiene un tubo interno, que aunque a simple vista parece irrelevante, en realidad es fundamental porque ahí están contenidas un montón de ideas. Cada vez que una persona toma un bolígrafo, éste cobra vida y comienza a expulsar los trazos que tiene guardados. Pero la verdadera magia inicia cuando esos trazos inconexos toman forma de letras que luego se convierten en palabras, que a su vez conforman frases o hasta párrafos completos!

Por eso no podía permitir que las letras que estaban dentro de ese bolígrafo fueran asesinadas por el anónimo caminante, así que me atreví a recogerlo y fui inmediatamente a la biblioteca para saber lo que contenía. Emocionada, tomé el bolígrafo con mi mano derecha y lo puse en una hoja de papel para que comenzara a hablarme. Fue entonces que descubrí con mucho asombro que la pluma tenía en su tubo interno un montón de palabras que, coincidentemente, estaban relacionadas con las cosas que yo estaba pensando en ese momento: las relaciones iglesia-Estado a mediados del siglo XIX.

Pensé, cuando comenzó a sacar sus letras, que la mejor forma de estudiar era escuchar con atención a aquél flamante bolígrafo al que le salvé la vida.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Luz de Luna artificial

Prender la luz es un acto que aprendí desde la infancia, e implica únicamente mover una pequeña palanca empotrada en la pared, para que la electricidad pueda correr por los minúsculos alambres que hay dentro de una bombilla. Aún cuando durante milenios la humanidad estableció su ciclo vital con relación a la luz del sol, a mí me tocó nacer en una época en que se puede vivir también de noche. Así que no hay razón alguna para dormir cuando hay oscuridad: una bombilla encendida gracias a un movimiento de mi dedo índice me permite continuar vi-viendo en la penumbra.

Cuando llegué al cuarto desde donde escribo estas líneas, el techo estaba coronado por un simple foco eléctrico de 100 wats. La luz que irradiaba era brillante y potente como la del Sol porque, al igual que éste, producía su brillo mediante calor. Entonces no era luz, sino calor, energía pues, lo que en las noches me permitía ver la pijama que me pondría para dormir y abrir las cobijas.

Poco a poco me percaté de que ese foco presenció el proceso de construcción de este cuarto, porque tenía algunas manchas de cemento y pintura azul. Seguramente los albañiles que trabajaron aquí se iluminaban con esa misma luz cuando el Sol verdadero se ocultaba por completo. Pero los focos no son eternos, no señor. Un buen día los minúsculos alambres que estaban dentro de la bombilla no soportaron más el paso de energía, y se rompieron justo en el momento en que moví la pequeña palanca empotrada en la pared.

Me quedé en la penumbra una noche, y sin poder leer.

Pero al día siguiente, para no tener que desvanecerme en el sueño en cuanto la oscuridad cayera, cambié aquél foco testigo del nacimiento de mi cuarto por uno incadescente. El mecanismo de este nuevo aparato no es dar luz mediante el calor, sino que irradia una luz fría y plateada, como la de la Luna. El ambiente es muy distinto con el frío de una lámpara incandescente, porque hay un tono grisáceo en todo lo que me rodea y mi ojos perciben las sombras mucho más débiles. Pareciera que esa luz abarca todo mi cuarto, como si no fuera de arriba hacia abajo y más bien se desplazara en todas direcciones. Muy distinta es la luz de calor del foco eléctrico, que es fuerte y vertical, y produce una sombra muy marcada.

El frío de mi foco incandescente me acompaña esta noche en que acaba de entrar el otoño y mis cobijas comienzan a tornarse insuficientes para que mi cuerpo logre calentarse. Y así recibiré luego el invierno, con un frío que inicia desde el foco incandescente que me ilumina como si fuera una pequeña Luna en el techo de mi cuarto.

martes, 23 de agosto de 2011

Salí del metro y la lluvia era muy fuerte.

Todo iba mal. El metro no avanzaba, porque el torrencial monzón veraniego hacía que las llantas fuesen resbaladizas y peligrosas. 11 minutos de Balderas a Juárez, y los rostros de quienes atiborraban el vagón del metro denotaban una desesperación inconmensurable.

Salí sólo para ver que la lluvia seguiría inundando mi ánimo...

Pero me senté en el piso y me puse a leer, como si estuviera en una biblioteca pública. La gente pasaba frente a mí, con el cansancio a tope mientras yo leía a Roncagliolo escribir sobre un tal Roncagliolo.

Y el paisaje gris se iluminó cuando un muchacho sacó su violín, y se puso a tocarlo justo frente a mí. Dejó de llover, pero en lugar de levantarme del piso e irme, decidí quedarme ahí un rato más a seguir leyendo.

viernes, 19 de agosto de 2011

El mago del lenguaje

Me pregunto ¿qué habrá sido del pasado de un hombre como él, que manejaba a la perfección los adjetivos y subjuntivos mientras hablaba con una velocidad increíble? Me abordó por detrás, y me preguntó si conocía a algún estudiante de la ENAH que estuviera interesado en estudiar nahuatl. Ni tiempo me dio decirle que no, cuando ya estaba a mi lado hablando y parlando y diciéndomeunmontóndecosas.

-El conocimientomanejodominio de otro lenguaje distinto al español, ya sea inglésfrancésalemán siempre te ayudará a incrementaraumentarconsolidar todas tus ideas -me decía-. El problema es que las personas suelen olvidar el mestizaje y sus raíces, y consideran que el mundo occidental es lo que los llevará a un mejor nivel de vida. Todos somos ignorantes, pero hay algunos menos ignorantes que otros. Yo te puedo enseñar la lengua de nuestros ancestros, y no lo hago solamente para obtener una ganancia económica, sino porque amoreconozcoadmiro mis raíces y es importante difundir nuestra verdadera identidad. Si no conoces a nadie interesado yo puedo enseñarte a ti donde quieras y a la hora que quieras, porque aunque puedes estudiar la lengua en otro lugar yo puedo acomodarme a tu horario y si quieres puedo ir a tu biblioteca o a cualquier lugar.

Y yo escuchaba.

-Nos conquistaron y seguimos siendo admiradores de cosas que no son nuestras. El nahuatl es una lengua hermosa que puede morir porque no se valoraapreciaconserva y los que la conocemos debemos rescatarlahablarlaenseñarla y evitar que muera. Tenemos que saberentendercomprender que si dejamos morir una lengua se muere una parte de la mexicanidad, que no todos saben apreciarreconocerentender y se juntan a ver el futbol y gritan ¡Viva México! cuando no saben ni siquiera que nuestros ancestros ya jugaban otro juego de pelota que era sagrado. Por eso quienes nos mandangobiernanordenan se aprovechan de que no hay conocimiento de nuestro pasado y nuestra historia y si no lo saben están fatalmentecondenadosdestinados a sufrir de la pobreza de olvidar el mestizaje.

Y yo miraba sus barbas canas y su sombrero al estilo Iindiana Jones. Los múltiples colguijes en sus manos hacían un poco de ruido mientras manoteaba al hablar. El ritmo al que hablaba era muy rápido, pero el volumen de su voz era bastante mesurado. Calculé que tendría unos 60 años, y que quizá en su juventud fue estudiante de la ENAH, o qué se yo...

- Lo que podemos hacer es que en tus horas libres yo te vaya a buscar a tu facultad o a la biblioteca para que tomes clases una o dos semanas, y luego ya comienzas a pagarme y me recomiendas con tus amigoscompañerosvecinos. Cuando quieras yo estoy aquí en el metro, donde están los teléfonos porque debo hacer una llamada y ahí no es tan caro. De todas formas te puedo esperar y otro día te leo tu carta azteca. Eso te cuesta cincuenta pesos pero no te preocupes si no tienes esa cantidad me puedes dar lo que consideres que vale tu carta azteca. O también puedes decirles a tus amigoscompañerosvecinos que les pueo leer su carta a ellos. De todas formas me voy a quedar a hablar por teléfono aquí ¿Cómo te llamas?

-Karla

-Mucho gusto Karla. Espero piensesconsiderescomentes lo que te digo.

-Disculpe, es que no conozco a nadie interesado y yo no tengo tiempo ahorita porque sobrevivotrabajoestudio, pero si recuerdomeentero de alguien que sí, yo le digocomunicoinformo de esta oportunidad.

-Gracias Karla yo me quedo aquí en estos teléfonos porque son baratos.

-De nada. Adiós!

Me pregunté entonces si este señor manejaría tan bien el nahuatl como el español, y si esa lengua tendría sinónimos suficientes para llenar la boca de este gran personaje, mago de la lengua del colonizador.

[Además me dio curiosidad enterarmesaberconocer, si en nahuatl los desvaríos se escuchan tan bonitos].

lunes, 1 de agosto de 2011

Aprendiendo a llorar.

Es muy fácil regodearse en la tristeza. Yo no suelo llorar, porque las lágrimas me dan sed, pero en ocasiones no puedo evitarlo. Es justo en esos momentos cuando disfruto el lento rodar de una lágrima por mi mejilla, porque su suave caricia me va aclarando la garganta poco a poco.

Mis pestañas mojadas se juntan una con otra creando una capa ocular resistente al mundo exterior; se me nubla la mirada, y es entonces que olvido el origen de mi llanto.

Así, simplemente se escurre el pesar hasta un pañuelo. Por eso es muy fácil regodearse en la tristeza.


martes, 5 de julio de 2011

Porno mexicano de hace 90 años

La RAE define a la pornografía como el “carácter obsceno de obras literarias o artísticas”, y como suele suceder, el significado “oficial” se queda corto ante los usos que los hablantes, quienes hacemos la lengua, le damos a las palabras. Cuando yo escucho la palabra pornografía, antes de pensar en la “obscenidad” (término por demás subjetivo, que depende de los cánones morales de sociedades e individuos) me vienen a la mente imágenes de genitalización, que hacen totalmente explícita una práctica por demás común y saludable: el sexo. Pero el sexo (aquí se sonrojan las buenas conciencias), lleno de tabúes y secretos, aunque nos hace a todos felices aumentando nuestro nivel de endorfinas, es una práctica que se mantiene en los espacios privados. Aceptamos que cualquiera puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana, siempre y cuando sea en la comodidad de su hogar, hotel o baño de avión, porque de no ser así, se violentaría la “moral pública” sea lo que sea que eso signifique.

Por eso la pornografía es una síntesis de aquello que nos niega la civilización: la de dilucidar lo que se mantiene en secreto; y lo hace de manera explícita con zooms que casi casi rebasan la biología, llevándonos al interior mismo de los cuerpos.

Y en esa práctica vouyerista extrema se aloja la transgresión, la animalización y el instinto salvaje que se asoma gracias a la tecnología. Ahora existe la pornografía al alcance de cualquiera, como un objeto de consumo muy lucrativo que está a la mano con un simple click, gracias a la red y a las maravillas tecnológicas del HD en forma digital. Es más, creo que ahora la pornografía es tan común, que hasta aburre (bueno, supongo que para los púberes es un mundo mágico que podrían consumir hasta el hartazgo). Pero la pornografía, como el reflejo de un instinto primario y relegado a lo privado, es tan elemental que apenas aparecieron formas de grabar las imágenes comenzaron a hacerse escenas de sexo explícito.

Pues tuve la oportunidad de ver pornografía mexicana de los años veinte, y aunque ver tanto mete-saca me pareció aburridísimo, fue interesante ver que aunque el discurso oficial de la época era totalmente recatado y moralino, en especial respecto a lo que se transmitía por el cinematógrafo, había quienes estaban dispuestos a financiar películas totalmente transgresoras de ese discurso. Por ejemplo, historias hilarantes de mujeres que antes de casarse cogen con el sacerdote, o de un fraile llamado “Fray Vergazo”, que obligaba su monaguillo Ventosilla a jalársela mientras dormía y soñaba que cogía con una beata.

Obviamente ese tipo de películas no podían ser transmitidas públicamente. En los años veinte las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas estaban muy preocupadas por resguardar a la población de la “inmoralidad” de las películas extranjeras, en donde bailaban fox.-trott, se besaban y usaban faldas que mostraban la pantorrilla (escándalo!). Así que el encargado del Departamento de Cultura de la Cuidad de México, el músico Miguel Lerdo de Tejada, emitió en 1921 una Ley para regular y censurar cualquier inmoralidad en el cinematógrafo. Incluso ordenó que se pusieran luces verdes en las salas, con tal de que no se hicieran actos pecaminosos en la penumbra. Así que esa pornografía era hecha ex profeso para transmitirse en lugares especiales donde, seguramente, se exacerbaba la inmoralidad y todos los asistentes se olvidaban del pecado y de la voz de su conciencia católica.

Me pregunto, 90 años después, qué pensarían aquellos concupiscentes seres humanos si supieran que esas mismas películas “obscenas” fueron transmitidas en la Cineteca Nacional, máximo recinto del cine de arte del D.F. con todo y pianito en vivo, muy esnob la onda. Y peor aún, qué pensarían si se asomaran por cualquier puesto de revistas actual, atiborrado de porno, o le echaran un ojo a la extensísima variedad que ofrece Youporn.

La transgresión, yo digo, ha estado siempre a la orden del día, y el discurso público se muestra falaz ante una moral escondida, pero bastante open mind, aún hace 90 años.

Fray Vergazo.

sábado, 2 de julio de 2011

Moraleja

Los perros suelen dar varias vueltas antes de acostarse porque ponen en duda, incluso, el piso en el que están parados. A veces también rascan la superficie para sentir si existe o no lo que miran.
Si lo pensamos bien, se trata de una actitud muy precautoria e inteligente, porque el acto de dormir implica desvanecerse y "dejarse ir" a un lugar inmanente, abandonando por completo el cuerpo. Y los perros saben muy bien que todo el tiempo que duermen, su corporeidad corre peligro. Entonces, deben estar completamente seguros de que el suelo no los dejará caer hacia la nada, sino que los sostendrá sólidamente, al menos mientras pasean por sueños fuera de la realidad.
Los seres humanos deberíamos seguir su ejemplo, y asegurarnos continuamente de que la realidad es lo que los sentidos nos indican, corroborando con nuestras uñas, si es necesario, que lo que miramos u olemos está ahí y no se desvanecerá en cualquier momento.

martes, 28 de junio de 2011

Soy perfecta


Antes de que naciera, modificaron mi ADN. Sabían que podía sufrir severos transtornos hormonales cada mes debido a la menstruación y, afortunadamente, eliminaron la cadena de moléculas encargadas de secretar el exceso de estrógenos que me provocaría dolor en los senos, ganas de comer y melancolía. Pero los genetistas fueron más allá, y además modificaron algunas otras cositas.

Para empezar, decodificaron la carga magnética que enviaba un impulso eléctrico a la parte frontal de mi cerebro, que podría provocarme eso que llaman “tristeza”. Así, me hicieron completamente inmune a los estímulos negativos del exterior, como el bullyng, los insultos y las injusticias sociales. Además, movieron de lugar mi glándula tiroidea, y lograron que estuviera lejos del corazón y más cerca del cerebro. Así, con un leve impulso mental prooveniente de mi cerebelo, puedo controlar mi crecimiento, talla y peso, para tener una complexión física siempre armónica y perfecta.

Los especialistas lograron, además, que mi secreción de dopamina, serotonina y endorfina fuese mucho mayor que la de los simples mortales biológicos. Así, previnieron la posibilidad de que cayera en depresión, además de que aseguraban siempre mi buen ánimo y optimismo. Lo mejor de esta modificación es que lograron que viviera en una felicidad lineal, constante y sonante. Me hicieron proactiva, inteligente, optimista, armónica, proporcionada y, en resumen, feliz.

Por eso yo no conozco lo que denominan “tristeza”. Para mí esa es una palabra hueca y sin significado alguno. Yo no concibo cómo alguien puede pensar que algo no anda bien, o que la vida no tiene sentido. El sentido de vivir estriba en disfrutar la perfección, la estabilidad, la risa, los chistes y la belleza. No concibo cómo alguien puede permanecer impávido ante los rostros amorfos de una pintura de Goya, o sorprendidos ante historias ajenas sucedidas en un inmanente lugar como “Aschwitz”.

Yo no sé a lo que se refierren cuando hablan de indignación ante las violacionesalosderechoshumanos o ante las catástrofesdelmedioambiente. Las focas bebé, por favoooor, hacen excelentes abrigos, y el hielo del Ártico es lejano e intrascendente. No comprendo por qué se preocupan por el hambre de un niño lleno de moscas si sus ojos no denotan más que moribundez. No disfruto con eso que llaman “sufrimiento ajeno”, pero tampoco me importa. Así como no me importa eso que llaman “amor”, porque, sépanlo bien, cuando los científicos modificaron mi ADN concluyeron que el amor es un sentimiento incompatible con la felicidad. Por eso no puedo sentir, y en mi capacidad de no sentir radica mi perfección.


martes, 21 de junio de 2011

Foquin tesis

Me tomó practicamente dos años terminar la tesis. Recuerdo que el tema que elegí me llegó como un flashazo, a partir de una lectura (cuyo título ya ni siquiera recuerdo) que hacía en la Biblioteca Central. A partir de ahí mi mente ocupó un importante espacio de sus neuronas en pensar y repensar siempre lo mismo y lo mismo. En aquél tiempo aún era una alumna regular que iba a clases de lunes a viernes con sandwich en la mochila. Un año pasó así: entre pasar materias y recoger información para la mentadísima tesis, hasta que por fin completé los créditos y tuve tooodo el tiempo disponible para terminar rápido, pero... se interpusieron muchas cosas divertidas entre mi tesis y yo, por lo que ésta se guardaba en un cajón casi todos los días, para asomarse sólo de vez en cuando para reclamarme el abandono.

Fue un año entero de diversión al puro estilo nini. Ese periodo de “estar haciendo la tesis” requiere concentración y tiempo. Pero como no hay presiones laborales ni de horarios, es demasiado sencillo no hacer casi nada. Y digo “casi” porque tampoco abandoné la tesis completamente: de repente la sacaba a pasear por alguna biblioteca, o la cargaba en el transporte público. Aún así la dejé un poco al olvido, aunque conseguí que me pagaran por escribirla.

Pero el tiempo se las cobra, y me reclamó en la cara que la haya dejado tan solita y no la mimara lo suficiente. Los plazos y las prisas me alcanzaron, por lo que estuve unos cuatro meses dándole todo lo que no le dí cuando debía.

Pero el verdadero infierno fueron los últimos dos meses, de los cuales apenas voy saliendo.

Fueron dos meses de infierno burocrático. Parece que la Universidad se las cobró conmigo, por haber tardado tanto, y me pidió sellos, firmas, informes, fotografías y fotocopias, siempre bajo el reclamo de mi tardanza y el pesimismo de que no podŕia concluir. Hoy ya acabé. No me he titulado aún, pero al menos puedo olvidarme de la burocracia, eso sí, no sin una que otra lágrima que lloré de impotencia al toparme con una pared durísima que me exigió más perseverancia de la que imaginé.

Ese exceso de burocracia me hizo comprender el fracaso del stalinismo, caray!

miércoles, 8 de junio de 2011

Yo voy a ir a la Marcha de las Putas

Mujer de mi tiempo, soy, por ende iconoclasta,

mi espíritu no puede doblegarse ante ningún dogma, y por lo mismo

no juzgo que una idea, por haber surgido de un cerebro reconocido universalmente

como superior, deba aceptarse a priori.

Hermila Galindo.

Conferencia dictada en el Primer Congreso Nacional Feminista, Yucatán, 1916.

La misoginia es histórica. Podríamos rastrear su hipotético origen desde la conformación de clanes y tribus prehistóricas, ya que la fuerza física es el medio más efectivo e inmediato de sometimiento. Ni pedo, los varones son más fuertes. Con el tiempo, esa sujeción determinada por la violencia física, fue aderezándose con ideas más elaboradas acerca del papel que las mujeres debíamos tener en la sociedad.

En el presente, podemos rastrear un sinnúmero de manifestaciones de la misoginia en escritos antiguos. Sin embargo, uno de los pensamientos que históricamente han marcado la pauta para estas ideas, son los que devienen de las religiones. Y como somos hijit@s culturales de Occidente, el cristianismo fue el abrevadero de un montón de ideas que dejaban a las mujeres en una subordinación bien clara. Ya lo decía San Agustín: “Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones”.*

Para el brillante filósofo y padre de la Iglesia católica, las mujeres éramos una tentación malsana, desquiciante, pecaminosa, sucia e irracional. Por eso, consideraba, debíamos mantenernos fuera de la vista masculina, porque los incitabamos al mal, y más que nada, al alejamiento de Dios.

Allá ellos y sus erecciones involuntarias, digo yo.

Pero eso provocó que fuéramos excluídas de los espacios públicos, porque creían que las mujeres nada teníamos que aportar al mundo más allá de las cuatro paredes del hogar o del convento. Se creía que todas las mujeres teníamos una determinación “natural” hacia la procreación y la maternidad, y por lo mismo, incitábamos al pecado. Además, por ingenuas, podíamos ser fácilmente tentadas por Satanás.

Vejaciones, cinturones de castidad, subordinación, violencia, cacerías de brujas, prohibiciones, etc. fueron una constante en el esquema misógino medieval que se trasladó junto con el catolicismo hacia América. Y así pasaron al menos cuatro siglos en los que las mujeres debieron sujetarse a esas ideas, no sin buscar recovecos que les permitieran ejercer ciertas libertades.

Aunque muchas mujeres transgredieron las normas y ejercieron una sexualidad un poco más libre, la hoguera y los azotes eran una buena razón para plegarse y obedecer.

torura

Sin embargo las cosas cambiaron cuando el discurso público se transformó y se tornó laico con el ascenso del liberalismo. Sin la religión como el acicate moral que debía regir la política o las conciencias, las mujeres hallaron un contexto sólo un poco más favorable para exigir sus derechos.

Pero, oh sorpresa, no sólo los religiosos consideraban que las mujeres debíamos mantenernos en el espacio privado para no andar inquietando penes, sino que hasta los hombres más “progresistas” seguían creyendo, ya en el siglo XX, que debíamos guardarnos en nuestras casas para no correr los peligros de las calles y el mundo exterior, además de que ni siquiera teníamos vuluntad propia: “La mujer mexicana no tiene voluntad propia (...) y sigue las órdenes de su esposo, de su amante y de su confesor.”**

Pero ni los políticos iban a poder frenar la inercia del feminismo, que cundía en muchas partes del mundo, incluyendo México. Si bien en un principio las feministas exigieron la posibilidad de votar y de tener las mismas oportunidades laborales que los hombres, se fueron percatando de que la igualdad en la Ley no es garantía de mejores condiciones de vida, o de ausencia de violencia.

Fue por ello que la sexualidad fue ocupando un lugar central en las precupaciones del feminismo: la violencia estaba ahí donde se reprimía la libertad sexual de las mujeres. Y más allá de las divergencias al interior del feminismo (click aquí), en el presente el consenso es la búsqueda de condiciones más equitativas para todos, ya sean hombres, mujeres, indígenas, con capacidades diferentes, niños, niñas, etc.

Por eso hoy reivindicamos nuestro derecho, no sólo de ser tomadas en cuenta en todos los espacios públicos, sino de poder hacerlo sin que los resabios de la misoginia histórica nos hagan vivir con temor:

Temor de salir a la calle y sufrir violencia sexual, temor de no ser como lo dicta el estereotipo que inventó la mercadotecnia, temor de hablar en público y recibir burlas, temor de que nos tachen de putas por ejercer la sexualidad como lo haría cualquier varón, temor de que mis amigos puedan hacer cosas que yo no, temor de que me roben en la calle y hagan con mi cuerpo una película snuff, temor de que crean que me ascendieron en mi trabajo por acostarme con el jefe y temor de ponerme una minifalda y que los incontrolables penes masculinos obliguen a sus dueños a querer violarme.

Vamos a la Marcha de las Putas, el domingo 12 de junio a las 13:30 hrs. de la glorieta de la Palma al Hemiciclo a Juárez.

* San Agustín, Confesiones y De civitate Dei

**Discurso de Salvador Alvarado, gobernador socialista de Yucatán de 1915 a 1917.

lunes, 18 de abril de 2011

Beso

En los años veinte, las mujeres solían ver en el cinematógrafo cómo los besos eran el éxtasis carnal de un amor consumado. Una buena película romántica terminaba con un beso artificial, que únicamente sugería lo que podría venir después en la oscuridad de la alcoba. Si bien las lenguas, la saliva y los chasquidos mojados del contacto de cuatro labios no eran mostrados en las incoloras imágenes, el simple roce de dos bocas como centro de un abrazo lánguido y un gesto melancólico, bastaba para estremecer el recoveco cerebral donde estaba guardado y escondido el instinto sexual de aquellas mentes inocentes.

Así, la consabida continuación de un beso apasionado sólo podía imaginarse, mientras en la pantalla aparecía la desagradable frase “The End” que, más que anunciar el fin de la película, recordaba a la audiencia que la colorida pero intrascendente realidad, estaba por iniciar nuevamente.

Únicamente el beso podría simbolizar, sin impudicias, la culminación de la desesperada y accidentada búsqueda del amor. Una historia romántica no podría saberse consumada sino mediante ese contacto primigenio del toque de dos bocas que entrelazaban, con suave humedad, a dos cuerpos ávidos de sentir la intimidad de otro ser. Por eso, el beso era la forma perfecta de dejar bien claro que las traiciones, las dificultades y las angustias acontecidas a lo largo de la película, por fin se habían superado.

Si un hombre y una mujer juntaban sus bocas, su destino quedaba sellado. La hermosa mujer se acomodaba en los brazos del galante caballero, para dejarse guiar suavemente por quien, naturalmente, podría llevarla a perder, por unos segundos, la cordura y el temor. Sus pequeñas mejillas eran acariciadas con pericia por unas experimentadas manos, que tomaban luego el mentón con un poco más de fuerza y lo atraían lentamente mientras sus ojos iban cerrándose poco a poco. El hombre, mientras, agachaba un poco su cabeza hasta alcanzar las carnosas comisuras entreabiertas.

Los inmóviles brazos de ella eran el signo inequívoco de su disposición, porque permencer estática era la única forma de hacerle saber al caballero que podía continuar. Ese código era bien sabido y respetado, porque si ella comenzaba a moverse, significaba que opondría resistencia o, peor aún, que conocía más de la cuenta, dando al traste con la esperada inocencia que era requisito fundamental para un desenlace honroso.

Y mientras la expectante mirada de ella desaparecía ante el cerrar de ojos propio de un verdadero beso de amor, él tocaba su cabello, continuaba tomándole el rostro o, con osadía, acariciaba sus hombros cubiertos con un vaporoso vestido.

Era en ese momento cuando, las más decentes mujeres de la audiencia, se ruborizaban y abrían muy bien los ojos para guardar en su memoria la imagen encantadora como el preludio de un éxtasis insospechado. Así, sabían bien, podrían acostarse esa noche con la certeza de que si cerraban los ojos bajo la suave tela que cubría su cama, recordarían nítidamente el momento en que la mano de él bajaba lentamente por la clavícula de ella, hasta desaparecer del cuadro limitado de la pantalla.

Aunque escenas como esa duraban sólo unos cuantos segundos, para aquellas decentes espectadoras la imagen quedaba muy bien grabada en su mente, y se convertía en un referente primordial cuando llegaba la hora nocturna en que, luego de rezar devotamente, sus manos bajaban acariciando los pezones erectos, hasta que la flor entre sus piernas, rebosaba en una humedad que sólo podía compararse con la sugerida por el beso sin lengua ni saliva de la película vista aquella tarde.

"No hace más de un lustro que nuestras graves señoras murmuraban del cinematógrafo porque allí las actrices se besaban “de veras” con los actores y hasta se les permitían ofrecer gráficamente algunas lecciones de la ciencia del beso (...) Ahora carece de importancia y se encuentra a la misma altura que un tímido apretón de manos”.

“El amor y los besos en el cine”, El Universal Ilustrado, 19 de agosto de 1920.

“De manera desvergonzada y cínica, el cinematógrafo conculca los preceptos más rudimentarios del pudor y la vergüenza (...) fomenta bajas pasiones, cuyo fruto es al fin, el conculcamiento de toda ley, divina y humana, la deificación de la materia y por ende el desquiciamiento de la sociedad.”

“Circular a Sres. Curas, vicarios fijos y capellanes de la capital del D.F.”, 10 de agosto de 1922.

“Las estrellas de cine se besaban durante los años veinte apretando los labios contra los labios, como quien pone en contacto dos objetos. Y para no convertir cada beso en ese solo estrujamiento seco y torpe, los directores de cine tuvieron que inventar una serie de curiosas posturas, de ramificaciones corporales, de inclinaciones y balanceos”.

Paco Ignacio Taibo I, Dolores.

martes, 12 de abril de 2011

Fui al Vive Latino

Luego de tres días consecutivos de fiesta clasemediera en el Vive Latino, vuelvo a la dinámica común. Mientras estaba en el Foro Sol, no podía dejar de pensar en la enorme brecha que hay entre este evento, y los conciertos masivos que frecuenté casi obsesivamente en mi adolescencia.

Sin duda puede rastrearse la influencia de festivales similares de otras partes del mundo, e incluso de aquí mismo, con el hito de Avándaro; pero creo que el Vive Latino podría considerarse un producto mercantilizado de los múltiples conciertos autogestivos que se hicieron desde finales de los noventa, como resultado de un contexto de gran politización juvenil: estaba la presencia totalmente activa y casi incuestionable del EZLN, la moribundez del PRI en el gobierno federal, la Huelga de la UNAM y la aparición de conceptos como “globalización” y su contraparte: la “globalifobia”. Además, en el Distrito Federal la oferta cultural masiva estaba en apogeo. Recuerdo que ir a un “concierto al Zócalo” era muy común.

Por eso los conciertos que me educaron en el arte de la música y el desmadre, estuvieron totalmente llenos de política: todos éramos neozapatistas, globalifóbicos, antipriístas y contestatarios; aunque no tuviéramos ni siquiera edad para ejercer la ciudadanía, o una mínima idea del significado de la palabra globalización. Aún así, ir a conciertos donde se escuchaban goyas que terminaban con “educación pública y gratuita”, o tomar por la fuerza un camión Ruta 100 que llevara a un montón de adolescentes gritando consignas clásicas como “si Zapata viviera” o “educación primero, al hijo del obrero, educación después, al hijo del burgués”, fueron dejando una impronta en cierto sector de la juventud, con una rebeldía que parecía estar dando frutos y tener motivos comúnes por donde marchar.

Disfruté mucho de los tres días del Vive, escuchando música de calidad y bailando desaforadamente. Sin embargo, la idea de que estaba presenciando en su máximo apogeo a la industria que logró capitalizar el discurso rebelde del “rock” hacia cauces inofensivos (y muy, muy lucrativos) de repente me provocaba cierto desencanto. Quizá el momento cumbre de mi desazón fue cuando los “VIP” comenzaron a gritar “jodidos”, dirigiéndose hacia los que estábamos debajo. Sé que eso no era más que una forma de pasar el tiempo, mientras llegaba la otra banda, pero yo no podía dejar de pensar en el significado simbólico de tal escena. Recordé los análisis culturales que hacen los estudiosos de la época novohispana acerca de la posición estratégica de los gremios en las procesiones, o de los lugares que ocupaban los diferentes estratos sociales en los autos de fe inquisitoriales, y no pude dejar de pensar en cómo la zona VIP es una metáfora perfecta de las diferencias sociales tan abismales que tenemos nosotros. Gritar jodidos y aventar objetos hacia “los de abajo”, era una afirmación violenta de su estatus (realmente violenta, porque vi cómo frente a mí una chica comenzaba repentinamente a sangrar de la cabeza por algún proyectil que le cayó encima).

Tema aparte es la publicidad en el evento. Había muchas formas de publicitar productos. La más común y consabida: mujeres. Ahí estaban las chicas Indio vestidas de indias (al estilo Pocahontas, supongo que serían indias de una tribu cool de norteamerica), las chicas Vans platicando con la gente acerca de la comodidad de sus tenis, las chicas Axe vestidas de azafatas siendo irremediablemente atraídas por un olor a Lavanda, o las chicas Marlboro, intentando vender cigarros preguntando a todo el mundo ¿tú fumas? Incluso había chicas Greenpeace y chicas Amnistía. Los culos venden.

Suele suceder que, pensar en esas cosas, me provoca el desencanto hacia el rock como arte. Supongo que es normal, y simplemente se está aprovechando una plataforma para un proyecto de difusión cultural. No lo sé. Supongo que, en ocasiones, debería pensar menos y disfrutar más.

Bandas que vi, en estricto orden cronológico:

Estrambóticos, Los de Abajo, Tokyo Ska Paradise Orchestra, Fobia, Charly García, Jane's Addiction, Sepultura, Nortec, San Pascualito Rey, La Gusana Ciega, Los Pericos, Jarabe de Palo, Los Bunkers, Los Enanitos Verdes, Caifanes, Devotcka, Toño Zúñiga y Alfa & Omega, Fidel Nadal, Telefunka, Omar Rodríguez, La Mala Rodríguez, 2 minutos, Adanowsky, Charly Montana, Babasónicos, The Chemical Brothers.

Y la película mexicana "De veras me atrapaste".

Pd. Las "chichis pa' la banda" me causan sentimientos encontrados. Luego me explayo.

jueves, 7 de abril de 2011

Post catártico de autoconsumo.

Supongo que mirarme en un espejo es la forma más superficial de saber de mí. No escribo “superficial” como si se tratara de una visión sesgada, sino en el sentido literal. Me estoy viendo, examinando mis recovecos y tratando de construir una imagen de lo que creo que soy. Y pienso en eso como una metáfora de las maneras en que puedo intentar conocerme, a través de múltiples espejos que muestran distintas partes de lo que voy siendo.

Me estoy poniendo cursi, y me caga la cursilería (o lo que creo que eso significa).

Ayer venía en bicicleta hacia mi casa. Era noche, y comencé a sentir una especie de euforia que me hizo pedalear más y más rápido como si eso liberara algo que traía atorado en la garganta.
Mis formas de sacar el estrés:

a) morderme los labios hasta que sangran

b) moverme y moverme y moverme

c) leer algo digerible [no burdo]

d) jugar ajedrez con una máquina

e) mirar la pared

Estoy más incoherente que de costumbre.

Así: dando saltos mortales de un estado de ánimo a otro en cuestión de segundos.

Mierda!

Nunca comprendí los posts de introspección catártica, y ahora pienso que son de autoconsumo. Perdone usted, señor(a) lector(a) por hacerlo leer hasta este punto una serie de incoherencias salidas de la retorcida mente de una joven de 25 años que parece de 20, que repentinamente sintió que quería decir algo, pero no sabía cómo hacerlo.

Ni es para tanto.

Es que he estado presionada los últimos días. He dormido muy poco y, cuando logro hacerlo, tengo sueños muy extraños, como que me estoy comiendo una sopa de moscas (las moscas son la única cosa en el mundo que me produce asco), o que me convierto en una torre dentro de un tablero de ajedrez, y hay otra torre a mi lado, del mismo color que yo.

Suena esto ahora: “look into my eyes and see all the lovely things you are to me” [muero, muero]:



Aaaaah si, decía que estoy durmiendo muy mal. De hecho ayer dormí como tres horas, ya casi es la una y yo sin sueño. Sé que si me acuesto en este momento voy a cerrar los ojos y se me van a abrir. Y voy a luchar por mantenerlos cerrados y se me van a abrir de nuevo como persianas descompuestas.

Supongo que debo intentarlo... Aunque despierte y todavía sea de noche.

... aunque me durmiera en mi cama de costumbre, me bastaba con un sueño profundo que aflojara la tensión de mi espíritu para que éste dejara escaparse el plano del lugar en donde yo me había dormido, y al despertarme a medianoche, como no sabía en dónde me econtraba, en el primer momento tampoco sabía quien era; en mí no había otra cosa que el sentimiento de la existencia en su sencillez primitiva, tal como puede vibrar en lo hondo de un animal...”

Marcel Proust

Por el camino de Swann.

martes, 5 de abril de 2011

Pedaleo y pedaleo.

Voy disfrutando del asfalto en mi vehículo de dos ruedas, cuidándome de los automovilistas que ven mi bicicleta con desdén. Ellos van por las calles, ávidos de ganarle unos cuantos minutos al imparable reloj, mientras yo voy pensando en otras cosas, sintiendo cómo mi sudor se seca con el viento y mirando cómo pasa un automovilista tras otro con su postura zombie -determinada cinematográficamente en mi mente-. Y me olvido del tiempo.

Va la sangre corriendo hacia mis piernas y de regreso, bombeada por mi corazón agitado. La respiración intensa sintiendo en su máximo esplendor el negro humo que cubre la ciudad, mientras mis pulmones piden más y más oxígeno. No es mi culpa que no pueda dárselo en su estado de pureza, sino aderezado con smog, partículas de polvo y microorganismos que se van a perder en mis entrañas. Aún así, respiro más y más fuerte.

Mientras veo que el semáforo está a punto de ponerse en rojo, yo sé que puedo ganarle, y en lugar de frenar, acelero lo más que puedo para pasar cuando aún está en amarillo. La mayoría de las veces lo logro, y cuando no, sé que los autos se detendrán, porque no les dejo otra opción (es eso, o atropellar a una pobre ciclista, actitud políticamente incorrecta).

Mi intrepidez se justifica como una contribución. Veamos:

Aunque suelo cuidarme de los automovilistas -quizá la plaga más dañina que ha habido sobre la faz de la tierra-, estoy bien consciente de que suelen verme como un obstáculo más en su camino. Su objetivo es bien claro: llegar, y los ciclistas no somos más que objetos móviles que aparecen de repente. Pero ellos no tienen la culpa, son agresivos porque saben, por experiencia, que deben “aventar” el auto, o jamás estarán en su destino. La ciudad los ha condicionado, y su mente suele funcionar como la de los perros de Pavlov: ven la luz verde y una serie de impulsos eléctricos se activan casi de inmediato, para mover los nervios justos que moverán el pie que está tocando el acelerador. De la misma forma pasa con la luz roja, que los lleva, como autómatas, a detenerse.

Los ciclistas nos hemos metido en su horizonte como una molestia, que no estaba dentro de los referentes para los que están preparados y por lo tanto, amenaza con hacerlos perder el monopolio de las calles. Ellos no tienen la menor intención de perder ni un ápice, y están defendiendo su espacio de los intrusos incómodos que vamos por ahí tratando de ganarnos un lugar a la orilla del último carril. Por eso nuestra actividad es riesgosa.

Pero si las y los ciclistas pensamos esta cuestión con atención, estamos actuando en un performance de la resistencia. Tenemos recovecos muy limitados (y la mayoría de las veces urbanísticamente mal planeados) para andar, pero seguimos incomodando a los automovilistas y, en ocasiones, pagando el precio de nuestra heróica acción con un moretón por ahí, con un frenón por allá, con caídas recurrentes o, en el peor de los casos incluso con sangre, el derecho (contribución, diría yo) de andar por la ciudad sin echar humo.

Con seguridad, pero con intrepidez, entonces, voy por la ciudad queriendo ganarme un espacio por donde pueda pasar mi bici, sin morir en el intento.

(Además, vivir la ciudad desde una bicicleta resulta mucho más enriquecedor que dentro de una cápsula infranqueable cuya velocidad no permite observar el entorno).



jueves, 31 de marzo de 2011

Se va marzo, agárrenlo por favor.

Mierda, se acabó marzo.

Ni cuenta me dí.

Voy a despedir el mes frente a mi escritorio, intentando ponerle punto final al proyecto de tesis que definirá en gran medida los próximos tres años. Como suele suceder, mi futuro próximo da inicio con una decisión estrepitosa.

Probablemente así es como suceden la mayor parte de las decisiones importantes de la vida.

Supongo...

martes, 22 de marzo de 2011

Iba a postear esto en Feisbuc, pero eran muchos caracteres. Para tuiter es impensable, y para blogger son pocos.


Aquí hago lo que me da la gana (bueno, casi, porque lo anterior iba a estar en el título, pero era demasiado y blogger no me lo permitió).

Abundan citas como estas, que por estar cargadas de adjetivos, no las incluí en la tesis (pero confieso que me habría gustado): "...sólo es posible sorprenderse de la falsedad e hipocresía del alto clero católico, que llamó públicamente a la rebelión de los cristeros la guerra santa del pueblo contra Satanás y sus servidores..." O esta, sobre la Iglesia: "La experiencia de muchos siglos al servicio de las clases explotadoras, su habilidad y capacidad de adaptación, le dictaron el único camino posible en el cual se podía conservar a sí misma y sus intereses".

jueves, 17 de marzo de 2011

"La Nana"


Comí en la cama, y dejé todo lleno de moronas. Me gusta pensar que vale pito, porque duermo sola en este cuarto. Ayer, por ejemplo, al parecer no había nadie más en la casa. De hecho es bastante recurrente que yo sea la única aquí, y sí, me la paso en medio de mi propia porquería, con mis hedores, mi mugre, mis cabellos en el piso, mi ropa sucia apestando y mi basura regada. Y me vale. No suelo ser tampoco tan cochina, pero limpio sólo lo absolutamente necesario.

Hace poco estuve pensando en eso, y recordé que cuando vivía con mis papás y comencé a tener tiempo libre, en la época en que me la pasaba “haciendo la tesis”, me dio por limpiar casi obsesivamente. Suponía que por estar en casa debía colaborar con algo, y lavaba los trastes, barría, trapeaba y ese tipo de cosas. Pronto me dí cuenta de que ese es un trabajo que nadie valora, hasta que se dan cuenta de que no está hecho y por lo tanto tienen qué reclamar. De hecho ese trabajo, el doméstico, es el menos visible, porque parece que no existe sino hasta que deja de hacerse. Por eso dedicarse a esa labor es realmente un martirio.

Muchas mujeres que dedican exclusivamente su tiempo a limpiar, son cuasi invisibles. Ya sean mucamas o “amas de casa” (mujeres dedicadas al hogar, suelen autonombrarse), realizan un trabajo extenuante que no deja una remuneración acorde con el nivel de trabajo que realizan, además de que pasan prácticamente desapercibidas por quienes disfrutan de sus “servicios”. Por eso la película que vi hace poco, “La Nana”, me pareció muy buena. Es una exploración de la cotidianidad de una Nana chilena que trabaja de tiempo completo para una familia acomodada.

Ella mantiene un relación con los patrones y sus hijos que, en sentido estricto, es solamente laboral, aunque en realidad es como “parte de la familia”. Ella quiere a los niños porque dedica su vida a cuidarlos como si fueran sus propios hijos. Los niños, además, la estiman porque es quien los ha criado, pero aunque hay una relación sentimental que los tiene unidos a todos, en realidad es una empleada que vive claramente subordinada, y no puede incluirse del todo en la dinámica familiar, lo que se evidencia cada tarde cuando, sentados todos en el comedor, ella come sola en la cocina, apareciéndose únicamente si alguien la llama, y para servir la comida que ella misma preparó.

Se quieren, pero todo ello a través del intercambio de un sueldo. Ella vive con ellos para que le paguen, pero en eso se le está yendo la vida. Tiene un sueldo, sí. Tiene un techo mucho más lujoso de lo que habría podido imaginarse, también. Tiene comida asegurada... pero eso no es un motivo para vivir, porque las desigualdades están presentes todo el tiempo.

La película es muy buena, porque retrata la ausencia de expectativas de una Nana que vive para servir a personas que ella estima, y que la tratan bien, pero jamás podrá ser parte de ellos. Por eso está sumamente insatisfecha consigo misma. No tiene nada más en la vida que una familia que la aprecia pero cuya relación no puede trascender nunca más allá que para la obtención de un salario.

Por eso ella sufre, porque es la invisible, y está sola, en medio de la familia perfecta. Pero sola, al fin y al cabo.

Ampliamente recomendable.

viernes, 11 de marzo de 2011

Emo en gerundio

Esta es la historia de una niña coloquial, que cada noche se ponía a escribir con abundancia de gerundios, aunque en realidad ella no sabía que utilizaba aquella espantosa muletilla, como tampoco sabía explicar cada tiempo verbal que incluía en sus escritos. Aún así gozaba con la descripción cotidiana de sus días, algunas veces largos y accidentados, y otras cortos y lineales.

Algunas veces comenzaba escribiendo acerca de su día cuando, repentinamente y sin proponérselo, añadía recuerdos muy lejanos en el tiempo. Otras tantas, se sorprendía a sí misma relatando cosas que no podrían caracterizarse como “acciones”, sino más bien como una especie de pensamientos o ideas, que iban más allá de la descripción somera y lineal de acontecimientos cronológicos, sucedidos en el tiempo y el espacio cercanos.

En ocasiones se le dificultaba mucho encontrar la palabra que pudiera explicar lo que tenía en la mente, y fue entonces que se percató de que las ideas no son palabras. Ya en otras ocasiones había pensado eso, cuando de repente se ponía a pensar en sus pensamientos. Sabemos que la expresión “pensar en sus pensamientos” es un tanto extraña, pero así sucedía. Era como sí la niña coloquial pudiera abstraerse por un momento de lo que pensaba, para pensar más bien en cómo pensaba. Por supuesto que aquella niña coloquial no podía saber que esa actividad era cotidiana entre los epistemólogos y epistemólogas; pero a decir verdad, precisamente por no saberlo, esa cuestión le tenía sin cuidado. Así que para nosotros tampoco debería tener relevancia alguna.

De repente, pensó que no podía poner con palabras las cosas que sentía, y supo que el lenguaje tenía muchos límites. Pero aún así, intentó describir sus sentimientos utilizando una serie de palabras que los seres humanos inventaron para nombrar las pasiones, tales como: “euforia”, “enojo”, “encabronamiento”, “felicidad” o “tristeza”. Sin embargo, estas palabras pronto le parecieron no sólo inexactas, sino sobre todo simplistas. Cuando ella ponía una frase como “hoy me siento triste porque leí en el periódico acerca de la riqueza incuantificable de un señor que, paradójicamente es delgado y obeso al mismo tiempo”, sentía que la palabra “triste” se quedaba corta ante la sensación que la invadía repentinamente. Entonces intentó adjetivizar las palabras, escribiendo cosas tales como “tristeza nauseabunda” o “intranquilidad nostálgica”, pero tampoco se acercaban a las cosas que sentía.

Fue entonces que recordó que desde que era aún más pequeña, la niña coloquial había intentado ocultar ese tipo de sentimientos en lo más profundo de su garganta, empujándolos con fuerza por debajo de su tráquea para que se perdieran en su estómago junto con todos los desechos que su cuerpo tendría que expulsar en algún momento. Quizá por eso cuando intentó que todos esos sentimientos salieran a través de sus escritos nocturnos, éstos ya habían seguido su recurrente camino fuera de su cuerpo, dejándola con la sensación de que no podía nombrar aquello que siempre se había esforzado por ignorar. Le resultó muy comprensible y normal su dificultad para hablar de cosas que no conocía, por lo que un día, al sentir una felicidad bastante intensa, se concentró en pensar cómo hacía para que ese sentimiento no se le escapara por la garganta. Lo hizo de esa forma porque podría darse cuenta de ese proceso sólo a través de ese sentimiento agradable. Estaba esperando sentir tristeza para hacer lo mismo que con la felicidad, esto es, esforzarse por que no se le escapara fácilmente. Pero no la encontraba. Se dio cuenta de que no podía ponerse triste así como así, y más bien tendría que esperar a que ese sentimiento llegara solo.

Supuso que no sería difícil encontrarlo de repente por las calles, porque éstas siempre están repletas de desazón. No se equivocaba y cuando atravesó la puerta de su casa, inmediatamente se le rompió el corazón.

jueves, 24 de febrero de 2011

Ay nanita!

Tuve una pesadilla. Soñé que iba en bicicleta por Insurgentes, creo, en la glorieta donde da vuelta el metrobús, para ser exacta, y repentinamente las calles se hacían intransitables moviéndose de su lugar cual olas de asfalto. Y yo en mi bici no podía mantener el equilibrio. Después tuve conciencia de que era un sueño, pero no sucedió como en otras ocasiones, en que sé que sueño pero sigo en una trama onírica, incoherente, divertida e hilarante; sino que me sabía acostada aquí, en esta misma cama desde donde ahora mismo estoy escribiendo. Estaba oscuro, yo estaba tapada con mis cobijas, y de mi lado izquierdo, en donde está el borde de la cama que no está pegado a la ventana, escuchaba un ruido ensordecedor y horrible. Podría haber sido el de una máquina ruidosa o el de un objeto siendo aplastado. Y me asustaba, era muy fuerte, y yo sola en mi cuarto, no podía discernir si de verdad estaba dormida o despierta, ni de dónde podía venir ese escándalo. Además ,no me podía mover. Extrañamente me sabía acostada, sabía que era de noche, sabía exactamente en qué lugar de mi cama estaba, pero no podía despertar del todo.

Fue uno de esos momentos que hace algún tiempo perseguía con anhelo, cuando quería volverme onironauta, es decir, dormir y poder controlar mis sueños, alcanzando cierta lucidez estando dormida, sabiendo que estoy soñando y, por lo tanto, con la conciencia de que puedo hacer absolutamente cualquier cosa que me plazca, simplemente porque en los sueños no hay límites. El problema era que aunque sabía que estaba durmiendo, no podía despertar, y estaba en una especie de término medio entre el sueño y la vigilia, porque sabía dónde estaba, pero no podía moverme.

Lo que intenté hacer durante mi pesadilla, fue gritar. Lugar común. Pero no podía. Intentaba articular las palabras y no me salían, me pesaba la quijada, la garganta no me respondía, y debía hacer un esfuerzo sobrehumano para que al final, ningún sonido saliera de mi boca. No sé si logré o no gritar, y finalmente cuando me desperté por completo, ví que el sonido que me asustaba no existía. Todo era silencio, yo estaba plácidamente dormida, pero con mucho frío que no se me quitaba y no me dejaba dormir. Aunque el frío es común en mí, anoche tenía puesta bastante ropa y las mismas cobijas que en otras ocasiones me provocan mucho calor.

Fue raro, y lo único que hice fue enroscarme en mí misma, y tratar de seguir durmiendo. De por sí me había dormido tarde anoche, después de las 12:00, y me desperté de madrugada. Supuse que me levantaría muy tarde, por la desvelada, pero no. Me desperté como siempre, aunque al final no tuve ganas de ir a correr.

“Que se te sube el muerto”, le llaman popularmente a ese fenómeno nourológico en el que se está en un término medio entre el sueño y el despertar. Simplemente eso. Pero qué pinche culero se siente, caray!

Y todo comenzó por mi reciente temor tras haberme caído de la bicicleta. Pero no me caí yo solita, me tiró un taxista lerdo que abrió la puerta de su carro justo cuando yo iba pasando a su lado, cual bólido ultrasónico. Hasta el aire me sacó ese madrazo, pero estoy autoterapeándome usando la técnica conductista más sofisticada: hacerle frente a mi miedo y meterme en mi bici hasta en los pequeños recovecos que quedan entre los autos y la banqueta.

lunes, 7 de febrero de 2011

De variedá

  1. 25 de enero: Iba caminando rumbo al metro Bellas Artes, y decidí entrar al Sanborns en busca de una gelatina, porque últimamente me he vuelto una consumidora compulsiva de ese alimento antivegetariano que me hace romper con una de mis convicciones más rígidas. Me compré una gelatina de yogurth de fresa, que dentro de mi estrecha dieta anticárnica y fanática de los sabores dulces, significa un sacrilegio. Entonces salí muy contenta con mi gelatina en la mano izquierda y una cucharita de plástico en la derecha, y estaba a punto de abrirla para darle la primera probada que me llevaría a la gloria cuando, repentinamente y sin saber de dónde, se me acercó con una actitud imponente y amenazadora un indigente, de esos que suelen rondar por el centro, y estando muy cerca de mi cara me pidió un peso. Sin siquiera hablarle, hice algún gesto negativo que, probablemente, se tradujo en una mueca de desagrado (digna de ser denunciada con el CONAPRED). Aunque mi reacción automática fue la de acelerar el paso ante esa figura grotesca, por amenazante, en un segundo y sin que yo pudiera hacer nada, el indigente descargó su ira contenida en mí, y me golpeó con fuerza, dirigiendo su golpe a mis manos, con las que yo atesoraba mi gelatinita sin probar. Lo único que quedó fue una gelatina deshecha en el piso, y yo todavía con la cucharita de plástico en la mano me fui de ahí rápidamente, ante la mirada sorprendida de quienes presenciaron ese espectáculo, pensando en cómo mi actitud, aunada a la locura de un ser caído en desgracia, fue la que me hizo recibir ese golpe. Pensé en lo irónico del asunto: verme a mí misma salir de un Sanborns (el templo de la riqueza incuantificable y siempre en aumento de uno de los señores más ricos del mundo), con un postre en la mano, y sin hambre, recibiendo un golpe de manos de uno de los seres que ejemplifican con sufrimiento las injusticias surgidas de este sistema económico. Entonces pensé en lo poético del asunto, y me sentí una testiga que logró tocar de frente y sufrir vivamente las consecuencias del capitalismo. Con ironía pienso que eso me hace una víctima más, que no pudo difrutar su azúcar a gusto por culpa de las injusticias sociales.

  2. 1 de febrero: Acabo de escuchar la noticia de que atraparon a un tal Gómez Vázquez, “el gato”, supuestamente uno de esos “cacas grandes” del narco, y no pude evitar pensar indmediatamente en Vázquez Gómez, que era el candidato a la vicepresidencia, junto con Francisco I. Madero en las elecciones de 1910, en las que ambos serían derrotados por Don Porfirio. Inmediatamente me percato de que más allá de la coincidencia en los nombres, una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra. Y es entonces que pienso en cómo la historia se ha convertido en mi referente primordial, no sólo para explicarme cosas del presente, sino como un cúmulo de alusiones que, como en este caso, están totalmente desfasadas. Pero eso sólo me deja ver que mi cerebro ya está determinado, cual perro pavloviano, a pensar sólo a través del pasado.

    Por ejemplo, ayer, pensando acerca de la enorme cantidad de muertos que van en este sexenio, y de la noticia de que el 25% de las ciudades más violentas del mundo son mexicanas, sólo pensaba en cuántos habrían sido los muertos de la revolución mexicana (dato que desconozco) y que las estimaciones más exageradas dicen que en la llamada “época del terror”, posterior a la muerte de Luis XVI durante la revolución francesa, hablan de unos 40 000 muertos. En México, en lo que va del sexenio ya se contabilizan tantas personas, que podrían llenar el Palacio de los Deportes, además de que el número de desaparecidos es igualmente escandaloso.

    Y esos datos se vuelven tan cotidianos, que la costumbre termina derrotando a la indignación.

  3. Fecha indistinta: El Centro Histórico es una fiesta sin cover. Frecuentando el centro histórico con regularidad, es posible captar el increíble museo viviente (o zoológico humano, da igual) que éste lugar significa. Gracias a que recorro sus calles con la diligencia necesaria para aprehender un poco de su peculiaridad, ya puedo identificar a muchos de los naturalesdestastierras. Por ejemplo, los bailadores que parecen sacados de la película fichera más hilarante, que cada fin de semana se adueñan de la Alameda con la cumbia más popular de fondo. La moda que ostentan hace juego perfecto con los pasitos de un baile ya desaforado, ya peculiarmente rítmico, que manifiesta la existencia de un mundo subterráneo que deja ver que cualquier cánon de comportamiento “socialmente aceptado”, es en realidad un espejismo aburrido e incoloro. Yo suelo pasar los domingos y disfrutar locamente del espectáculo hilarante que me resulta exótico simplemente por lo poco común que es a mi visión cuadrada y típica.




4. Hoy: Me puse a escuchar noticias, y me encontré con la novedad de que cesaron del aire el programa de Carmen Aristegui, lo cual me parece una evidente muestra del temor y ámpula que estaba levantando entre la clase política. Creo que sí estaba volviéndose bastante incómoda. Cómo sea, el debate en torno al papel de los medios de comunicación en este contexto de nuevas formas de transmisión de mensajes, es muy interesante, e incluso creo que lo que estamos presenciando es una especie de “revolución” en la teoría y la praxis política, a partir de la existencia de canales de información más incluyentes.
Y todo por hablar sobre el alcoholismo de Felipe Calderón, que lo acerca todavía más a la figura ilegítima de Victoriano Huerta.

5. Hoy rompí mi espejo.

Huevos!!

jueves, 13 de enero de 2011

Amanezco con la revolución ante mis ojos medio dormidos.

El monumento a la revolución se convirtió en parte fundamental de mi panorama cotidiano; amanezco con su imagen apareciendo imponente ante mis ojos, cuando me dirijo a la estación del metrobús recién re-bautizada como “Plaza de la República” (antes se llamaba, simplemente, Tabacalera). Y me resulta relevante que la Revolución (gran acontecimiento histórico que pasó casi desapercibido a cien años de su –oficial- inicio) conmemorada mediante el armatoste compuesto únicamente por la cúpula de un edificio que se avizoraba como imponente, quedara en medio de una alegoría de la división de poderes. Y no puedo evitar pensar que “Plaza de la República” se debería llamar una que resguarde, quizá, algún monumento a cualquier personaje de nuestro amplísimo panteón de liberales antimonarquistas. Pero no, la revolución quedó ahí en medio, aunque el republicanismo estuvo prácticamente ausente dentro del debate, peticiones o metas que ese movimiento perseguía.

Y pasar cada día cerca de esa gigantesca mole de piedra remodelada me ha hecho pensar cosas acerca de los significados que pueden leerse a través de cualquier monumento, que evoca un pasado que se considera conmemorable, y por lo tanto configura referentes que pretenden dejar una huella en la memoria. La revolución, por lo tanto, a partir de mi cercanía con el monumento que la trae al presente, es una alusión histórica que se ha convertido en parte de mi cotidianidad.

Y voy caminando siguiendo calles que recuerdan a puros liberales decimonónicos, de Guillermo Prieto a Valentín Gómez Farías, sintiéndome más liberal y anticlerical que nunca, para dirigirme a la Avenida de los insurgentes, pensando en las exitosas campañas de Morelos (las de Hidalgo nel, a él más bien lo suelo pensar con la imagen ibergüengoitiana del cura Periñón, jalando un cañón hacia arriba de un cerro), Guadalupe Victoria, Francisco Javier Mina y Vicente Guerrero.

Conforme me voy acercando, va apareciendo poco a poco el monumento: primero la cúpula que se va completando con una base sobria cuyo vacío en su interior me recuerda que la revolución, y el edificio que la conmemora, comparten un cosa: están inclonclusos. A su alrededor, veo los edificios que lo acompañan: bancos, oficinas, un frontón en huelga infinita y a su derecha: un edificio del PRI; y no puedo evitar imaginarme a la revolución siendo custodiada por un burócrata mirando hacia el monumento, a través de la ventana de una oficina del PRI llena de papeles viejos acumulados, que contendrían pendientes que no se realizarían nunca.

Sé que la revolución va a estar ahí cuando llegue por la noche, esperándome con su iluminación tricolor, para colorear con patrioterismo mi panorama nocturno.