jueves, 26 de agosto de 2010

De bailes irregulares.

Parecía fácil, pero sus largas piernas abrían mucho su compás o tropezaban constantemente consigo mismas. Bailar, moverse al ritmo de una canción guapachosa parecía estar en su sangre. Al escuchar los acordes de las tumbas y la trompeta latina, sus dedos dibujaban en el viento un pentagrama imaginario, pero sus pies no respondían igual. Ellos se negaban a congeniar con sus otras extremidades, y seguían un camino sinuoso de zigzags irregulares.

Intentó con diversos ritmos, como la salsa, la cumbia, el tango y hasta el rockabily. Pero el baile en pareja parecía estar vedado para su individualidad arrítmica, que se movía de forma autónoma a una corporeidad ajena. Y lo intentaba, pero los pisotones constantes, la ausencia de cadencia y de coordinación, le hacían ver que el baile en pareja era muy complicado, que parecía más sencillo moverse sola al unísono de esas canciones cuyo ritmo es impredecible y no requiere más que movimientos azarosos.

Pero había dado un paso grande al atreverse a mover su cuerpo en un vaivén desaforado, y aún con las limitaciones provocadas por prejuicios antaños que calificaban al baile como una cosa sin sentido, se atrevió a despojarse de los atabismos más absurdos para soltar el cuerpo y prender la mecha.

martes, 10 de agosto de 2010

El hiatus

Se cumplió ya un año desde que salí de la universidad, y ahora recuerdo que alguna vez un compañero que ya había acabado la carrera me decía que a él le había pasado que, tras finalizar su vida escolar,  le vino un periodo de “nada”, de preguntarse ¿y ahora qué? como si no encontrara su lugar. Y lo comprendo bien, porque es como ser arrojado al mundo repentinamente, casi como aborto de la educación, hacia un mundo que puede ser muy hostil.

Hace algunos días platicaba con mis amigas acerca de esto. Algunas trabajan, otras siguen estudiando, y yo no hago formalmente ninguna de las dos cosas. Les decía que me sentía como arrojada a un precipicio después de haber acabado la carrera. Si bien me encuentro en una situación privilegiada porque tengo ingresos suficientes para sobrevivir, que además me llegan por hacerle a la historiada, el hecho de tener tiempo libre pa’ventar pa’rriba me hace sentir un poco “desubicada” (no en el sentido que le daría mi abuelita, de hacer estupideces tipo adolescente de secu), porque tanta libertad a veces me agobia un poco.

Sin embargo, este año ha sido muy enriquecedor. He conocido personas muy interesantes, y esa misma libertad que a veces se me pone en frente gritándome el desamparo, me hincha de felicidad el pecho. Lo malo que ya está a punto de terminar esta etapa. Y aunque me cagan esas frases prediseñadas que hablan de “cerrar ciclos”, no puedo evitar pensar que en el futuro voy a recordar el año que acaba de pasar con mucha nostalgia.

Casi cumplo 25 años, y aunque las fechas no son más que una invención arbitraria para medir el paso del tiempo, este año en realidad me ha dejado muchas cosas buenas y otras no tanto. Incluso el hecho de que 25 sea un número significativo, por ser justo un cuarto de siglo, me lleva a imaginar que el 22 de agosto ya no voy a ser la misma que el 20, y que mi año de hiatus acabó para comenzar de nuevo quién sabe qué cosa…

miércoles, 4 de agosto de 2010

Tatuajes e inmoralidad

Tomando como impulso la declaración que hizo la directora del Instituto de la Mujer Guanajuatense acerca de los tatuajes y las perforaciones, me decidí por fin a hacerme mi segundo tatuaje. Si bien ya tenía bastante tiempo pensando en “rayarme” de nuevo, la sorpresa que me causaron los prejuicios de una figura pública cuyo cargo, supuestamente, debería estar enfocado a fomentar la equidad de género, me encabronó, y me llevó a decidir de una vez no dejar pasar más tiempo para volver a usar mi cuerpo como lienzo.

Más allá del encabronamiento (que por supuesto me invadió apenas oí la declaración), reflexioné acerca del discurso de la funcionaria, y pensé que va de acuerdo con la supuesta democracia en que –dicen- vivimos, donde lo correcto es aceptar que existen diversas posturas y todas ellas deben tener cabida, porque lo que rifa es la tolerancia y noséquémás. Dentro de esta idea, tendríamos que respetar, aceptar y comprender que una figura pública exprese una opinión –la que sea- acerca de un fenómeno cualquiera, en este caso las modificaciones corporales. Pero el verdadero problema es que la opinión de esa señora fue discriminatoria per se, porque condena una práctica que está dentro de la libertad individual de las personas de hacer con su vida privada y con su cuerpo lo que les venga en gana. Además , por venir de una mujer con un cargo público, su voz suena más que la de cualquier mortal hijodevecino, por lo que tiene un fuerte impacto en la “opinión pública”.

Al parecer las voces de indignación fueron mayores que las de aceptación, porque finalmente suscribir una idea retrógrada a todas luces, es condenado en este mundo donde lo políticamente correcto es respetar. Por eso a la pobre nadie la defendió (ñaca-ñaca).

Aún así, no deja de inquietarme que algunas personas (tomando la declaración de esa señora como la manifestación de una idea que ronda el ambiente), especialmente de las zonas más “mochas” del país, continúen hablando de los fenómenos marginales o atípicos (y eso que los tatuajes en este siglo XXI ya son muy comunes) como una muestra más de la decadencia moral que llevará al mundo a la ruina. Esas ideas catastrofistas y paranoides, se basan en la noción de que las “buenas” costumbres permiten que haya un orden propicio para el desarrollo “sano” de las nuevas generaciones. De ahí que haya un componente religioso muy importante en estas ideas: se supone que Dios ordenó las cosas de una forma, y no somos nadie para andar modificando así como así nuestras conductas, y deberíamos más bien imitar a nuestros padres en su modelo de familia ideal. Se supone que así las cosas podrán marchar bien… dicen.

Pero lo más preocupante, pienso, es que esta mujer dirige una institución cuya finalidad es tratar de aminorar las desiguales condiciones entre los géneros. Con una postura llena de prejuicios hacia quienes portamos tatuajes -especialmente si somos mujeres-, las ideas que se pretenden combatir a partir del concepto de “género” se diluyen, se vuelven difusas. Y es entonces que comprendo de lo que hablaban las compañeras feministas “autónomas” en el Congreso Feminista del año pasado. Decían que en el momento en que el feminismo se vuelve “género” y se ejerce desde instituciones públicas y con dinero del erario, la libertad de luchar contra  las desigualdades se complica. Y algo tienen de razón, porque dentro de la política institucional hay que ceder, y ceder implica que posturas contrarias a los ideales feministas, pero cercanas a los poderosos, aparezcan como de avanzada, entrando al jueguito de la democracia en donde todo se vale.

Es innegable que esta señora piensa que le hace un favor a las mujeres y a la juventú, escandalizándose públicamente por que las personas se perforan sus genitales (!!!), o se pintas calaveras y zombies en los brazos. Seguramente al ver a una chica llena de tatuajes, ella se imagina que tiene altas posibilidades de tener sida, que consume drogas, que tiene sexo con muchos hombres, que es bisexual o lesbiana, que no le importa la maternidad, que es egoísta y que además se ve fea. Y ella es libre de pensar como le dé la gana, de seguir las recomendaciones del confesor o de ver telenovelas. Tiene también derecho de leer a Simone de Beauvoir, a Judith Butler, a Francesca Gargallo o a Martha Lamas, porque en este mundo de incertidumbres, de variedad de posturas y de diversidad, cada quien es libre de pensar lo que le dé la gana.

Por eso yo me tatúe un pajaro morado con rojo en el pie. Y mi tatuaje no significa nada, no tiene un contenido mísitico, ni le confiero un poder, porque los significados se agotan en este mundo en que todo cambia. Simplemente me gusta cómo se ve y me recuerda que puedo hacer con mi piel y mi cuerpo lo que yo quiera.