viernes, 26 de marzo de 2010

De cómo un cristal me salvó de la muerte prematura

Parecía que me seguían. Escuchaba su vomitibo zumbar en mis oidos, porque querían acercarse a mi a toda costa. Yo estaba asomada a la ventana, y podía ver a través de ella cómo aquellos seres carentes de cualquier dejo de inteligencia se acercaban peligrosamente al cristal, sólo para retroceder tras golpear sus múltiples ojos con esa barrera invisible a su estúpida mirada.

Había muchas moscas del otro lado de mi ventana. Esos insectos que seguramente cumplen alguna función importante en la naturaleza, son la única cosa en todo en el mundo que me hace sentir asco. Retrocediendo en el pasado, creo recordar que un día estaba en la casa de mi abuela, y la puerta estaba abierta mientras afuera estaban azando carnes, cebollitas y nopales en un comal. Las moscas, atraídas por el olor pero alejadas por el humo, se metieron a la casa, y se arremolinaron en el techo cual abejas a punto de formar un panal. Pocos días después, me enteré en un libro de que las moscas transmiten las peores enfermedades, están cargadas de bacterias escatológicas, y se alimentan de pura materia descompuesta y asquerosa.

Es raro que lo que me produce asco no es esa materia maloliente, sino los seres que la llevan a cuestas. Es que la caca o la carne descompuesta, en sí misma no se mueve hacia mí, ni produce un sonido estresante, ni tiene patitas que se frotan, ni le hicieron una película llena de pelos y viscosidad… Las moscas sí, y una vez mientras me comía un Danonino dos de ellas se metieron en mi boca. Siendo lo único en el mundo que me da asco, esa fue muy mala suerte, pero afortunadamente mis conexiones cerebrales no se condicionaron para que relacionara automáticamente el Danonino con las moscas.

Mientras veía por mi ventana, no podía dejar de sentirme intrigada por saber por qué estaban volando tantas justo ahí. No veía ninguna suciedad horrible cerca, ni había un cadáver en el que pudieran depositar sus huevecillos. Me intrigaba saber por qué estaban acechándome, por qué justo a mí me seguían, por qué intentaban atravesar el cristal y avalanzarse sobre mi para posarse con sus patas de mierda en alguna de mis extremidades.

Tal vez debía morir ese día, y ellas lo sabían mejor que nadie. Su especialidad en el mundo es anunciar la muerte. Ellas pueden oler la descomposición de la carne, aún antes de que el proceso biológico dé inicio, y como saben del festín que está por comenza, hacen su aparición ruidosamente y con el estrépito digno de seres tan repugnantes.

Pero había un cristal entre ellas y yo, una materia que no estaba en la naturaleza cuando ellas fueron creadas. Por eso cuando sintieron la muerte cerca de mí, intentaron cruzar el cristal como si éste no existiera, para comer mi carne, para deshacer mi existencia con sus estrategias de putrefacción, y no pudieron. Así fue como la tecnología más simple me salvó la vida.

usted no ignora que las moscas verdes olfatean la descomposición de la carne mucho antes de producirse la defunción del sujeto.Vivo aún el paciente, ellas acuden seguras de su presa. Vuelan sobre ella sin prisa más sin perderla de vista, pues ya han olido su muerte. Es el medio más eficaz de pronóstico que se conozca.

Horacio de Quiroga

Réplica del hombre muerto.

lunes, 15 de marzo de 2010

Del desencanto

Hay mucha desdicha, eso lo sé desde hace mucho tiempo, pero a veces se me olvida.

Sé que, a menos que un ser humano padezca un desorden mental, la empatía hacia el sufrimiento ajeno es una condición de nuestra especie, pero en este mundo sin paradigmas es difícil dicernir entre lo necesario y lo preocupante. El problema es el desencanto, que inunda el ánimo y lleva al desenfado, aunque en mi caso la intranquilidad más bien se trasladó hacia preocupaciones menos escandalosas.

Todo esto va por la apatía que suelo sentir hacia mi propia especie, hacia una humanidad que parece no tener remedio y estar hecha para la autodestrucción. No es taan severo el asunto, pero me duele ver que las cosas no tienen pies ni cabeza, o que el sentido está en la lógica de la rapacidad sin control. Y creo que hay muchas huellas de esta situación que están por todas partes, pero quizá, y sólo quizá, se expresan de manera más cruda en lo que no es humano.

Un día vi morir atropellado un perro. Yo andaba vacacionando en Pachuca, y le pasó un auto encima de la cabeza. Lo ví desangrando y no pude evitar ir y tocarlo, como si mi tacto y mis palabras pudieran aminorar su sufrimiento. Había ahí dos policías que se burlaban de mí, y fingían con risa que le hablaban a una ambulancia. Mientras mi ánimo se iba al subsuelo.

Hace poco no pude evitar ponerme a llorar al ver imágenes de los experimentos  que la industria cosmética hace con animales, y la última fue presenciar cómo una perrita sufría al ser acosada por un montón de perros. Ella estaba en celo, y en la calle a  cada rato era “montada”, lo que provocó que su vagina se saliera y no pudiera moverse con normailidad. Tuvieron que sacrificarla.

Como ésta tengo varias anécdotas muy desafortunadas, en las que lo sorprendente es la indiferencia de las personas. Eso más bien me hace preguntarme si la anormal soy yo, por pensar de más en esas cosas…