Una vez conocí a un tipo que vino al DF desde Sonora para apoyar el movimiento de resistencia civil pacífica convocado por Pejeman. Yo solía pasear en el plantón de Reforma como si visitara cualquier rincón turístico, mirando un escenario excéntrico que al mismo tiempo me atraía por el nítido color a genuino. Me emocionaba caminar por ahí y ver a la banda jugando ajedrez escuchando a Silvio, mientras detrás se proyectaban documentales del Canal 6 de Julio en medio de un escenario atascado de caricatura política.
Ni siquiera me acuerdo del nombre de ese güey. Me lo presentó una amiga que anduvo acampando ahí muchos días, y es un personaje memorable para mí porque me llevó a conocer “El loco mundo del Huarache Liberador.” La teoría principal que sostienen los habitantes de ese mundo, es que algún día las profecías prehispánicas se cumplirán, trayendo un cambio de era en el que reinará la justicia y se volverá a “nuestras raíces.” Según el compita sonorense, Pejeman es una especie de reencarnación de Quetzalcóatl, cuya venida ya había sido anunciada desde tiempos inmemoriales.
Ya con unos teoctlis (pulques) encima, me empezó a tirar un choro incomprensible en el que los actores principales del drama eran las deidades prehispánicas. Me decía cosas como que la sabiduría ancestral rememorada gracias a nuestros abuelos, regía nuestra realidad, mientras hacía todo un pequeño ritual para tomarle al pulque (como darle vueltecitas y decir palabras con muchas x y z juntas) y hasta me quería pasar energía con las palmas de sus manos. A mi me parecía bastante divertido todo eso y aún me trae carcajadas espontáneas, pero más allá de lo hilarante del asunto, todas esas ideas de que la verdadera identidad de los mexicanos está en el idílico pasado remoto previo a la llegada de los españoles (corruptores de nuestra escencia) funcionan realmente como escapes –exóticos- esperanzadores frente a una realidad requete negra.
Son discursos fáciles de asimilar, porque al igual que cualquier otro discurso religioso o mísitico, los sucesos que acontecen son causados por un ente externo a la dinámica de una “realidad” protagonizada por gente concreta que hace cosas humanas. Es verdad, no hay nada más difícil de aprehender que el azar y el capricho humano.
No sé si aquél muchachito esté ahorita esperando las señales divinas mirando el cielo, pero tal vez sea más sensato eso que esperar que aparezcan por televisión cada seis años…
(jajaja-risa espontánea).