martes, 24 de noviembre de 2009

El Huarache Liberador

Una vez conocí a un tipo que vino al DF desde Sonora para apoyar el movimiento de resistencia civil pacífica convocado por Pejeman. Yo solía pasear en el plantón de Reforma como si visitara cualquier rincón turístico, mirando un escenario excéntrico que al mismo tiempo me atraía por el nítido color a genuino. Me emocionaba caminar por ahí y ver a la banda jugando ajedrez escuchando a Silvio, mientras detrás se proyectaban documentales del Canal 6 de Julio en medio de un escenario atascado de caricatura política.

Ni siquiera me acuerdo del nombre de ese güey. Me lo presentó una amiga que anduvo acampando ahí muchos días, y es un personaje memorable para mí porque me llevó a conocer “El loco mundo del Huarache Liberador.” La teoría principal que sostienen los habitantes de ese mundo, es que algún día las profecías prehispánicas  se cumplirán, trayendo un cambio de era en el que reinará la justicia y se volverá a “nuestras raíces.” Según el compita sonorense, Pejeman es una especie de reencarnación de Quetzalcóatl, cuya venida ya había sido anunciada desde tiempos inmemoriales.

Ya con unos teoctlis (pulques) encima, me empezó a tirar un choro incomprensible en el que los actores principales del drama eran las deidades prehispánicas. Me decía cosas como que la sabiduría ancestral rememorada gracias a nuestros abuelos, regía nuestra realidad, mientras hacía todo un pequeño ritual para tomarle al pulque (como darle vueltecitas y decir palabras con muchas x y z juntas) y hasta me quería pasar energía con las palmas de sus manos. A mi me parecía bastante divertido todo eso y aún me trae carcajadas espontáneas, pero más allá de lo hilarante del asunto, todas esas ideas de que la verdadera identidad de los mexicanos está en el idílico pasado remoto previo a la llegada de los españoles (corruptores de nuestra escencia) funcionan realmente como escapes –exóticos- esperanzadores frente a  una realidad requete negra.

Son discursos fáciles de asimilar, porque al igual que cualquier otro discurso religioso o mísitico, los sucesos que acontecen son causados por un ente externo a la dinámica de una “realidad” protagonizada por gente concreta que hace cosas humanas.  Es verdad, no hay nada más difícil de aprehender que el azar y el capricho humano.

No sé si aquél muchachito esté ahorita esperando las señales divinas mirando el cielo, pero tal vez sea más sensato eso que esperar que aparezcan por televisión cada seis años… 

(jajaja-risa espontánea).

viernes, 6 de noviembre de 2009

Adiós a las Lunas de Octubre!

Recuerdo que algún día le dije a mi papá que mirara la Luna, porque estaba hermosa. Me contestó que no traía lentes, y no podía verla. Ahora me pasa igual a mi: soy miope. Si trato de mirar hacia ella sin lentes, veo una mancha luminosa e indefinida con un halo alrededor que me impide aún más distinguir su imagen.

Mirar el cielo siempre me ha parecido fascinante, pero vivendo en esta ciudad eso es algo que no tiene mucho sentido, porque la luz que la inunda todo el tiempo hace imposible observar las estrellas. En cambio en muchos lugares de provincia, voltear la mirada hacia arriba es un verdadero placer.

Hace poco platicaba con mi amiga Nancy sobre los viajes (físicos, no mentales). Yo le decía que no suelo demostrar mucho entusiasmo ante eso, que es algo que muchas personas anhelan y disfrutan como lo mejor que hay. A mi sí me gusta, le decía, pero tampoco es lo máximo. Simplemente voy de aquí para allá, me transporto, observo, camino, corro, grito, etc. pero es una actividad cuasinormal que no celebro ni nada; la vivo y ya. Incluso le platiqué que la última vez que viajé a la playa ni siquiera me metí al mar, y se sorprendió muchísimo.

Ahora que pienso en la Luna y las estrellas, creo que me puedo crear la historia de que me encanta ver el cielo fuera de la ciudad y que por eso quiero viajar, y lo anhelo y lo planeo y me emociono y lo hago. Si, se me antoja ir lejos de aquí, en donde las estrellas brillen y yo mire hacia el cielo y entrecierre los ojos para tratar de tener una imagen un poco borrosa y sin detalles, pero por lo mismo más completa del cielo. Como si tratara de crear en mi mente un cuadro entero de lo que miro a través de la opacidad y la falta de nitidez que me impida concentrarme en un punto del firmamento, o en una sola estrella. Tal vez también esté el mar en ese cuadro, y la brisa moviendo mi cabello mientras la humedad envuelve mi cuerpo. Genial!

Además, la desconexión que implica adentrarse en la dinámica de un viaje simpre reconforta frente a la cotidianidad sofocante de la vida citadina. Salirse del contexto para, simplemente, estar.

Pero… estando hasta el cuello de ciudad, es imposible olvidarse de los conflictos. Mes de octubre, se van tus Lunas y dejas la desazón, la sorpresa y el coraje.

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